Miike, director habitual del Festival de Sitges, deja este año no una, sino dos películas en su seno. La que nos ocupa es una producción gamberra y atípica, protagonizada por adolescentes y ambientada en el mundo de los institutos nipones, de la que no conviene saber mucho para disfrutarla sanamente y, por supuesto, sin prejuicios. Verla en el Prado, dentro del más puro ambiente festivalero de Sitges, es una experiencia que no tiene precio.
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